martes, 26 de octubre de 2010

Una de viajes: Copenague

Y nos fuimos de vacaciones.

Ojo que no es cuestión baladí, que hacía dos años que no nos tomábamos ese lujo (la última vez fue un viaje en octubre del 2008 y fuimos a Toledo y a Cuenca, así que ya nos lo íbamos mereciendo).

Aprovechando la situación geográfica nos habíamos estado planteando hacer turismo por el norte de Europa por aquello de que nos cae cerca y, al haber descartado Escandinavia por el momento (la situación económica, pese a que es viable, no es tan boyante) nos decantamos por Dinamarca, patria de vikingos, piratas y la Sirenita.

Dinamarca cae cerca de Hamburgo (la frontera está a unos 160 kilómetros) y Copenague suena a ciudad cool así que nos dijimos: que cojones. Como Hamburgo tiene un aeropuerto precioso pero una pésima conexión (económicamente hablando) con cualquier destino conocido, acabamos escogiendo el tren. Al coger un tren de alta velocidad yo calculaba unas dos horitas y media hasta copenague, pero no fue así. El trayecto nos ocupo 5 horas, que en un tren se pasan mucho más cómodamente que en un bus de Alsa, pero siguen siendo 5 horas. Eso si, el viaje fue curioso porque Copenague está en una isla y vivimos la irrepetible experiencia de montar en un ferry para trenes (impresionante). La nota desagradable del viaje la puso el sistema organizativo germano (que cada vez me parece menos organizado). Puedes escoger el asiento numerado o sin numerar y, como la primera opción era más cara, evidentemente cogimos la segunda. No obstante, nos encontramos con un enorme caos en el tren debido a que nadie te dice que asientos están reservados por lo que nos sentamos en los asientos que nos pareció bien, pero a cada estación intermedia donde el tren se detenía mirábamos con recelo a todas las personas que subían porque si habían reservado nuestros asientos nos teníamos que cambiar obligatoriamente. A mi me parece una desorganización enorme, porque si el tren para 8 veces eso quiere decir que son 8 las veces que tal vez tengas que cambiar de asiento y con maletas y todo el copetín, ya me contarás. Quien sabe, tal vez lo hagan para que reserve todo el mundo, pero por la cantidad de gente que cambiaba de asiento en cada estación, o bien la iniciativa usurera es un desastre o a la gente le encanta viajar de esta manera.

Cuando por fin llegamos a la ciudad fuimos conscientes de varias cosas: Copenague es una ciudad preciosa donde no se puede destacar una parte o un edificio en concreto porque toda la urbe parece una postal; los daneses son gente increíblemente acogedora y agradable; todo es muy caro; y la cerveza es una mierda (con deciros que la mejor cerveza danesa es Carlsberg creo que lo digo todo). La vida nocturna de los fines de semana es impresionante a casi cualquier hora con un gran número de lugares dependiendo de la edad, el gusto musical o el nivel económico.(eso si, las danesas visten como británicas). Solo encontré una pega: la calefacción. Entiendo que tan arriba haga frío, pero no creo que tener la calefacción de todos los sitios a más de 30º sea la solución a ese problema (lo que me extraña es que no se pongan malos más a menudo).

Después de la gira típica por el centro de la ciudad viendo el Tívoli (parque de atracciones típico ubicado en el centro de Copenague que vimos por fuera), el ayuntamiento, la catedral y demás, nos fuimos a Christiania. Christiania es una suerte de barrio de la ciudad ocupado en los años 70 por unos vecinos que, bien por desidia, bien por cosas que solo pasan en el norte de Europa, se convirtió en territorio autogobernado que disfruta de un limbo jurídico y que figura fuera de las fronteras de la Unión Europea. Dentro nos encontramos con poco más de lo que sería una barriada gitana con unos cuantos puestos de artesanía, cuatro chamizos y un montón de gente que no me dejo que les hiciera fotos pero que para que os hagáis una idea, eran grupos de parejas con stands donde se vendían hachís y marihuana. Todo muy organizado eso si: diferentes calidades de cada cosa (desde hena hasta polen ultrarefinado) con precios de lo más variado (dentro del alto estanding de la ciudad); porros ya preparados en un envoltorio de plástico rígido apto para el transporte; pseudo-camellos dispuestos a contarte historietas de como corren delante de la policía cada vez que ésta asoma por allí... A mi me pareció superpráctico, a ver cuando tenemos un sitio de estos en Zaragoza.

Por iniciativa de mi partner sentimental nos desplazamos al extremos opuesto de la ciudad a ver la "Little Mermaid" o "Sirenita". Cual fue nuestra sorpresa cuando descubrimos que ha sido trasladada a Shangai con motivo de la Exposición Universal y ha sido sustituida por un monitor enorme ubicado en el mismo sitio donde debería de estar la estatua que ofrece, vía satélite desde el otro lado del mundo, una imagen nítida en tiempo real del interior del pabellón de Dinamarca (si, es muy cutre).



Por suerte para mi, en un garbeo por una zona cercana descubrí otra estatua llamada "The new Mermaid" y chicos, yo que os queréis que os diga, para lo que se veía con el monitor, yo me quedo con esta.


jueves, 7 de octubre de 2010

Film Fest y otras películas

Empezamos octubre y como es típico en estas fechas llegan los preparativos pre-Pilares en mi ciudad natal. Las redes sociales se plagan de planes y de promesas por parte de amigos y conocidos cuyas generaciones ya vislumbran los treinta pero todavía se sienten festivas y trasnochadas (que cambio con la actitud que teníamos a los 20 y pensábamos que más allá de los 27 eras un abuelo y "estabas de más"). Al ser esta la segunda edición consecutiva que me pierdo y con el síndrome de abstinencia que ello me produce, seguramente de estar allí acogería las fiestas patronales zaragozanas con la intensidad y la energía de un adolescente o, en su defecto, la de un soltero en una noche en la que la fortuna le sonríe después de meses de inactividad.

No puede ser así, estoy a 1981 kilómetros de Zaragoza según Google, así que voy a tener que conformarme con los informes diarios de algún alma caritativa y con las batallitas que cuenten en facebook. Mientras tanto algo inventaremos por aquí arriba. De momento me voy a Copenague el sábado (hay que aprovechar que vivo tan al norte y me cae cerquita), visita de la cual hablaré la semana que viene. Hasta mi partida a las tierras vikingas estamos disfrutando por aquí de un evento que haría las delicias de cinéfilos y aficionados: el Filmfest Hamburg.

El Filmfest es un ciclo de cine que se celebra en Hamburgo durante diez días (30 de septiembre al 9 de octubre) durante los cuales se proyectan en 7 grandes cines hamburgueses la friolera de 170 películas nacionales e internacionales que van desde el western hasta los nuevos géneros pseudo-artísticos (de esos que sus creadores dicen "si no te gusta es porque no lo entiendes") donde los directores juegan con recursos cinematográficos nuevos o ya existentes, con nuevas o viejas combinaciones y peores o mejores resultados. Hay directores consagrados, hay otros noveles, actores grandes y pequeños, películas y documentales, para todos los gustos (y horarios, el fin de semana pasado hubo sesión continua en algunos cines proyectando una película detrás de otra a lo largo de la madrugada) y colores.

Ayer por la noche nos atrevimos con una película. Hace algo así como año y 3 meses (que recuerde) que no voy al cine (y me duele, antes iba por lo menos una vez al mes) y ya tenía ganas de volver a sentir la magia de la pantalla grande. Para no morir en el intento elegimos una película en español. En un principio queríamos ver una española, pero la única que había en concurso (For 80 days) estaba rodada en euskera (vergonzoso) y subtitulada en alemán, así que se nos quitaron las ganas. En su sustitución acudimos al cine sudamericano y dimos con una auténtica joya que desde este humilde foro os recomiendo encarecidamente: Carancho, de Pablo Trapero.

No me las he dado nunca de cinéfilo, pero se cuando algo me gusta. Carancho es el nombre de un ave carroñera en argentina y alude al sobrenombre que recibe la profesión del protagonista de la cinta (interpretado por un siempre magnífico Ricardo Darín). Película violentamente real (que no realmente violenta) en torno a la vida de dos personajes que luchan por salir adelante en un entorno crudo lleno de realismo sin ninguna gota de maquillaje.

Si podéis no os la perdais, y luego, si os ha gustado, me contáis. Un abrazo "mañicos"